Por Juan Gérvas, médico general jubilado, Equipo CESCA, Madrid (España)
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. www.equipocesca.org @JuanGrvas
Las intervenciones médicas deben sopesar ventajas con inconvenientes. Por ejemplo, al recomendar un medicamento. Es así porque en general los daños se producen en un porcentaje fijo de los pacientes tratados mientras los beneficios son relativos al número de enfermos "verdaderos" entre los diagnosticados y tratados.
Por ejemplo, sea un fármaco muy potente que evita la muerte del 50% de los enfermos afectados por cierta infección mortal sin tratamiento. El fármaco es muy agresivo pues produce la muerte por efectos adversos del 10% de los tratados. Si se emplea correctamente en 100 pacientes infectados evita la muerte de 50 y mata a 10; el resultado neto es claramente favorable a su empleo.
La situación es muy distinta si el método diagnóstico es muy defectuoso y entre los 100 diagnosticados sólo están realmente enfermos 10; el tratamiento de todos los diagnosticados evitará la muerte de 5 pero conllevará la muerte de 10 por lo que el resultado neto es clínica, ética y socialmente reprobable.
Por ello, el primer paso es determinar si la situación que nos preocupa es un problema de salud. Muchas situaciones son simplemente problemas de la vida y sociales como el sentimiento de fracaso al no conseguir un puesto de trabajo, o el dolor de una ruptura sentimental. Estas situaciones no requieren pastillas sino cambios vitales y sociales.
En caso de que sea un problema de salud, el segundo paso es si hay soluciones no farmacológicas. Es decir, conviene analizar si la hay respuestas mejores que el medicamento. Por ejemplo, ante muchos problemas cardíacos, al inicio de una diabetes, en trastornos mentales menores, en la hipertensión leve y en otros muchos problemas de salud, el ejercicio, las actividades sociales y la vida sana son respuestas tan o más eficientes que el tratamiento con medicamento.
Si se precisan medicamentos, conviene conocerlos. Es decir, preguntar al médico por:
1/ el mecanismo de acción (¿cómo actúa?) y su "intención" (¿es para curar o para aliviar?),
2/ la forma de toma (en relación con las comidas y otras actividades) y la dosis mínima y máxima en el caso concreto (peso, edad, otras enfermedades, función renal y hepática, etc) y si se empieza por una dosis fija o se va incrementando,
3/ la interacción con otros medicamentos, productos (por ejemplo, zumo de pomelo, bebidas alcohólicas, etc) y actividades (si es pertinente, dar de mamar, hacer deporte, conducir, etc),
4/ qué hacer si se olvida una dosis (problemas que pueden surgir, mejor forma de reparar el error, etc),
5/ la duración del tratamiento y cómo saber si el medicamento hace "su efecto", si hay necesidad de controles, visitas o análisis para comprobar que el tratamiento "funciona bien",
6/ si hay estudios sobre el medicamento en su grupo de edad y sexo, en pacientes que sean parecidos por la conjunción de problemas de salud en su caso, o si es una prescripción "fuera de indicación" (off-label),
7/ los efectos adversos frecuentes y raros (si graves) y los signos de alarma cuando se presentan dichos efectos adversos,
8/ la eficacia (tiempo necesario de mantenimiento del tratamiento y número necesario de pacientes a tratar para producir un beneficio valorable, y para producir un daño importante),
9/ si se trata de un nuevo medicamento (conviene ser todavía más precavidos y estar más atento a los efectos adversos), y
10/ si hay presentación en genérico, sin marca, pues son preferibles los genéricos.
Los medicamentos pueden ser necesarios, incluso imprescindibles, pero su uso prudente exige considerarlos como lo que son, productos muy potentes con ventajas e inconvenientes.
Pastillas, las justas.